
Es de público conocimiento que el inicio de los relatos es fundamental para impresionar y captar la atención de los lectores. Un buen comienzo puede hacer que una novela sea leída en cuestión de días o que se la abandone a la deriva del tiempo en un estante empolvado; también marca el comienzo de una determinada historia ficcional, que no es poca cosa. El comienzo de una obra es absoluto en términos temporales, al igual que el final en caso de que no haya segundas partes, ya que la historia ficcional comienza allí, donde el autor puso la primera mayúscula y no antes. Todo lo previo a esa mayúscula es un vacío que solo se llena con la imaginación de cada lector o de algún productor de Netflix.
Terry Eagleton en su libro Cómo leer literatura le dedica un capítulo entero a analizar comienzos de textos literarios, buscando en ellos un marco de referencia cultural. Entre algunas de las obras que toma están Cumbres borrascosas, Rebelión en la granja, Pasaje a la India, Cuentos de Canterbury, entre otras. En algunas puso mayor énfasis como con Orgullo y Prejuicio de Jean Austen: “Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna necesita una esposa”, reza una de las citas. Terry no lo dice pero a partir de este comienzo ya podemos anticipar cómo van a perseguir al Señor Darcy que tiene una personalidad místicamente introvertida, al estilo de Lio Messi.
La extensa y célebre novela Moby Dick comienza con una oración de dos palabras “Llamadme Ismael”, detalle que la engrandece aún más. Macbeth, de Shakespeare, comienza con interrogantes que imponen un tono de incertidumbre que se mantendrá durante toda la obra. Una de las tres brujas dice: “—¿Cuándo nos reuniremos de nuevo?¿Bajo lluvia, relámpago o trueno?”, curiosa triada indivisible de elementos que conforman una tormenta.
“No hay nada que hacer.”, así comienza tal vez la más famosa obra teatral del siglo XX: Esperando a Godot de Samuel Beckett. Estragón, uno de los dos personajes principales, es quien pronuncia esa frase dirigida a Vladimir, el segundo personaje central. La suspicacia nos dice que Vladimir, luego de la obra, fue a escribir una respuesta que se transformó en un libro imprescindible dentro del pensamiento marxista: el ¿Qué hacer?, de Vladimir Ilich Ulianov (Lenin).
Es probable que para los hispanohablantes el comienzo más famoso sea: “En algún lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”, perteneciente a Don Quijote. Tal vez en algún futuro algunos comienzos latinoamericanos importantes lleguen a ganar tal popularidad como el de Pedro Páramo, de Juan Rulfo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.” o el de La vida breve, de Juan Carlos Onetti que comienza derrochando talento “—Mundo loco— dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.”
En el caso de los cuentos sucede que, al ser más cortos que las novelas, la exigencia de contener un principio impactante no es tan alto, de hecho lo que se privilegia es tener un final inolvidable, cosa que en las novelas no suele suceder. Esto no detuvo al maestro Borges que comienza su Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius así: “Debo a la conjunción de un espejo y una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”, esto obliga al lector a continuar la lectura para introducirse en ese mundo. Sin embargo, mi inicio favorito es el de El Aleph: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que la carteleras de fierro de Plaza Constitución habían renovado no sé que aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella, y que ese cambio era el primero de una serie infinita”. Extraído del cuento es un poema en prosa.
Muchas veces, los comienzos son excelentes y memorables por su calidad, otras lo son solo por ser comienzos. En Argentina, los primeros versos del Martin Fierro son de conocimiento polular: “Aquí me pongo a cantar, al compás de la vigüela”; aunque más atrapante el comienzo de la segunda parte: “Atención pido al silencio y silencio a la atención que voy en esta ocasión si me ayuda la memoria a contarles que mi historia le faltaba lo mejor”.
Por otro lado, en determinados tipos de textos, hay formas repetidas que quieren imponer cierta solemnidad. La Biblia comienza con las siguientes palabras: “En el principio…”, idea copiada de los textos mitológicos griegos; otro ejemplo de esto es la teogonía de Hesíodo que comienza con un contundente “En primer lugar, existió el caos”. Ni lento ni perezoso más de dos mil años después, J.R.R. Tolkien, comenzó su propio universo mitológico, de la tierra media, en el Silmarillion así: “En el principio estaba Eru, el único…”. Otras formas que se repiten se dan en los cuentos clásicos infantiles con el mágico “había una vez…”, que evita cualquier especificar espacio o tiempo del relato.
Hubo una vez que este “había una vez” no tuvo texto y fue solo comienzo. Pese a todo, se volvió bastante famoso y produjo a partir de sí mismo otros textos; será que la literatura ve una mansión en cada terreno baldío. En “Un cuento de invierno”, de Shakespeare, hay una escena donde Mamilio, hijo del Rey Leontes y la Reina Hermione, está recluido en su habitación por tener fiebre, lo acompañaban su madre y las damas de compañía, y para entretenerse el pequeño Mamilio, les propuso contarles un cuento de terror; se sentaron todas a su alrededor y Mamilio dijo: “Había una vez un hombre que vivía al lado de un cementerio”. Ni bien terminó de pronunciar esta frase, los soldados del Rey entraron llevándose detenida a la Reina Hermione por sospecha de infidelidad, y el pequeño Mamilio, al día siguiente, atormentado por la fiebre, murió sin poder contar nada más que el principio de su cuento.
Este comienzo resultó ser una usina de producción para dos textos distintos: el primero de M.R. James, en 1924, quien comienza el cuento con un “había una vez, un hombre que vivía junto a un cementerio”, explicando que así comienza a narrar Mamilio. Luego narra una historia referida a ese personaje que vivía junto al cementerio, y al final, Mamilio aparece como narrador de ese relato y asusta a una de las damas de compañía. A modo de cierre, el narrador comenta que Mamilio tiene otra historia más terrorífica que contar… El segundo texto es de Alejandra Pizarnik (1969), titulado “Los muertos y la lluvia”. En este texto se ve un epígrafe con la frase “había una vez un hombre que vivía junto a un cementerio”, de Shakespeare; y el texto comienza con la misma frase. Lo interesante del escrito de Pizarnik es que no solo hace referencia al texto de Shakespeare sino también al de James: “Tal fuera el vecino que aparece en el cuento que empieza ‘Había una vez un hombre que vivía junto a un cementerio’”.
En la literatura no necesariamente lo que empieza bien, termina bien. Este es el caso de muchas de las novelas con más influencia de los últimos trecientos años. Por eso, para finalizar les dejo un puñado de los comienzos más celebres que encontré:
El nombre de la rosa, de Eco
"En el principio era el Verbo y el Verbo era en Dios, y el Verbo era Dios. Esto era en el principio, en Dios, y el monje fiel debería repetir cada día con salmodiante humildad ese acontecimiento inmutable cuya verdad es la única que puede afirmarse con certeza incontrovertible”.
Historia de dos ciudades, de Dickens
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”.
El extranjero, de Camus
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: "Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias". Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.
Los detectives salvajes, de Bolaño
“He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así”.
Anna Karenina, de Tolstoi
“Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
El camino, de Delibes
“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”.
Asfixia, de Palahniuk
“Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate”.
El túnel, de Sábato
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.
La metamorfosis, de Kafka
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Las intermitencias de la muerte, de Saramago
“Al día siguiente no murió nadie”.
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