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El arte de nombrar las cosas

Foto del escritor: Batman de ComalaBatman de Comala

Las designaciones son el “nombre”, la palabra, los sonidos, los fonemas, las letras, las morfemas o las señas que utilizamos para mencionar y/o referenciar algo o a alguien. Y esto, pese a la cantidad de posibilidades y herramientas que tenemos, puede generarnos problemas hasta en nuestra vida cotidiana. La mayoría los resolvemos casi sin darnos cuenta, por ejemplo: conocemos a alguien, nos enamoramos y, en algún momento sin percibirlo, en vez de decirle “Carla”, “María”, “Francisco” o “Rodrigo” le empezamos a decir “amor”, “gordi”, “bebé” o cualquier designación que se utilice comúnmente (algunas son detestables sin lugar a dudas). El problema es justamente ese, esas designaciones son comunes, convencionales, de uso colectivo y si uno siente que la persona que tiene de pareja es única, irrepetible e irremplazable no debe usar palabras triviales. En esa situación se está ante el deber de -individualizarlo- inventar una designación, un nombre único para ambos, entonces empiezan los apodos más disímiles, extraños y extravagantes como “Churrumin”, “Cachalote”, “Chuchi”, “Chancho”, “Pichona”, “Chuby”, “Charis”, “Puchi” y algunos más sin “ch” como “Umli”, “Toti”, “Titi”, “Pipu”, “Yely” o “Tarambanael”; muchos no los conocemos porque se reservaron para la intimidad (malditos egoístas).

Un problema parecido tuvo el Principito cuando individualizó a la flor desconociendo que no era única. Esto implicó una pérdida de valor ya que pasó a formar parte de un conjunto antes desconocido: “El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!

—¿Quiénes son ustedes? —les preguntó estupefacto.

—Somos las rosas —respondieron éstas.

—¡Ah! —exclamó el principito.

Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el

universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín!”

El problema de El Principito se resuelve individualizando a su rosa. ¿Cómo?, asignándole un nombre. ¿Es lo que El Principito hace? No lo sé, lean el libro y cuéntenme porque yo llegué hasta ahí. Pero suponiendo que la su rosa es efectivamente única para él en términos sentimentales, nombrarla distinto lo solucionaría todo.

Puede pasar que uno designe un nombre y le contesten: “qué adelantas sabiendo mi nombre, cada noche tengo uno distinto”. O algo peor, lo que sucede en el capítulo “Vida prestada” de Los Simpsons, en el que se descubre que el director Skinner había usurpado una identidad y la familia Simpson tiene una conversación magnifica:

Lisa: Admito que el Sargento Skinner parece un buen hombre pero el Señor Barreda dejó las calles y se ganó nuestro respeto y admiración.

Bart: ¡Se robó un nombre!

Lisa: El nombre no importa, la rosa con cualquier nombre olería a rosa.

Bart: No si se llamara apestosa.

Homero: O hedionda…

Marge: Nadie regalaría una hedionda en día de San Valentín, preferiría chocolates.

Homero: No si se llamaran “chocovascas”.

Pero no solo El Principito o Los Simpsons abordan el problema, estamos ante un tema constante en la literatura. Se suma también el famoso “Cien años de soledad” del Gabo que inicia así: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo."

García Márquez nos regala dos imágenes con esta última oración: ¿cómo fue y quién fue el que le asigno por primera vez un nombre a las cosas? Algo que veremos un poquito más adelante. Estamos ante otra imagen que necesariamente nos lleva a pensar en nuestra infancia o en los bebés que nos rodean y cómo se desarrolla el lenguaje. Ya no solo es un problema cultural acerca de cómo demostrar la individualización, sino de que reside en cómo comenzamos ese proceso de individualización; es este un problema del que se encarga la psicolingüística.

En un principio, de bebés percibimos el entorno como algo homogéneo donde nada se diferencia de nada y sin embargo el estímulo que recibimos de nuestros padres nos permite distinguir las cosas. Esto significa que somos capaces de reconocer al comedor como una cosa distinta con respecto a la habitación, o que nuestro padre o madre o tutor nos señalen un objeto y digan “mesa” y así individualizamos el objeto, le asignamos un nombre y lo percibimos como tal. Lo mismo sucede con todo el resto de los elementos del entorno, incluso “madre”, “padre”, “hermana”.

Volviendo al caso de las mesas, cuando se conoce otras, se logra identificar las cualidades comunes entre ellas y se detecta que una mesa tiene en general cuatro patas y sirve para apoyar cosas. Una mínima aproximación a una comprensión temprana del mundo de las ideas platónico: existen las mesas del mundo real, y el concepto de “mesa” en el mundo de las ideas, esta última es aquella primera imagen en la que pensamos cuando leemos la palabra “mesa”.

Retomando la primera pregunta, la disciplina que estudia los nombres de las cosas, y si estos son arbitrarios o se construyeron basándose en las cualidades del objeto o concepto, es la Filología. Gracias a ella sabemos que “democracia” significa poder del pueblo porque proviene de “Demos” (pueblo) y “Kratia” (poder). O “filosofía” amor al saber porque proviene de “Filos” (amor) y “Sofía” (sabiduría) o que “problema” significa algo que tenemos arrojado hacia adelante, como una piedra en nuestro camino, “Pro” (adelante) y “blema” (arrojado).


A veces los nombres de las cosas son arbitrarios o peor aún, confusos como brócoli, colibrí, picaflor y coliflor. El problema de la designación confusa es tema central en la gran novela de José Saer, “El Entenado”. Allí un español relata cómo designaban los nativos del Rio de La Plata precolonial: “Def-ghi se les decía a las personas que estaban ausentes o dormidas; a los indiscretos, a los que durante una visita, en lugar de permanecer en casa ajena un tiempo prudente, se demoraban con exceso; def-ghi se le decía también a un pájaro de pico negro y plumaje amarillo y verde que a veces domesticaban y que los hacía reír porque repetía algunas palabras que le enseñaban, como si hubiese hablado; def-ghi llamaban también a ciertos objetos que se ponían en lugar de una persona ausente y que la representaban en las reuniones hasta tal punto que a veces les daban una parte de alimento como si fuesen a comerla en lugar del hombre representado; le decían def-ghi, de igual modo, al reflejo de las cosas en el agua; una cosa que duraba era def-ghi; yo había notado también, poco después de llegar, que las criaturas, cuando jugaban, llamaban def-ghi a la que se separaba del grupo y se ponía a hacer gesticulaciones interpretando a algún personaje. Al hombre que se adelantaba en una expedición y volvía para referir lo que había visto, o al que iba a espiar al enemigo y daba todos los detalles de sus movimientos, o al que a veces, en algunas reuniones, se ponía a perorar en voz alta pero como para sí mismo, se les decía igualmente def-ghi. Llamaban def-ghi a todo eso y a muchas otras cosas. Después de largas reflexiones, deduje que si me habían dado ese nombre, era porque me hacían compartir, con todo lo otro que llamaban de la misma manera, alguna esencia solidaria. De mí esperaban que duplicara, como el agua, la imagen que daban de sí mismos, que repitiera sus gestos y palabras, que los representara en su ausencia y que fuese capaz, cuando me devolvieran a mis semejantes, de hacer como el espía o el adelantado que, por haber sido testigo de algo que el resto de la tribu todavía no había visto, pudiese volver sobre sus pasos para contárselo en detalle a todos.” (Seix Barral, 2012, p. 189-190)

Ante este humilde panorama es posible percibir que cada cultura tiene alcances y límites en su lengua y que algunas sociedades podían decir cosas que otras no, utilizando muy pocas palabras o sintetizando en una sola. En alemán “Aufhebng” es polisémica (tiene varios significados) y algunos de ellos contradictorios como: "levantar", "abolir", "sublimar", "preservar", "trascender" y “conquistar”; en portugués utilizan “Saudade” (escribí un texto especifico sobre eso, les dejo el link: https://jereliova.wixsite.com/batmandecomala/post/vac%C3%ADos-en-el-lenguaje) que no tiene traducción al español y es algo así como “aquello que genera nostalgia”, ya sea un lugar o una persona. En portugués no existe la palabra “extrañar”, tampoco en el francés, que en vez de decir “yo te extraño” hay que decir “tu me manques”, que significa literalmente “vos me faltas”. En España no extrañan, echan de menos.

Saer puede hacernos sentir que el lenguaje de aquellos indios no estaba del todo desarrollado y me atrevo a afirmar que eso es erróneo ya que para ellos resultaba absolutamente efectivo. La conclusión que debemos sacar es que ninguna lengua tuvo el poder de decirlo todo, ya que todas se chocaron con problemas cuya herramienta para resolverlos era el lenguaje y este mismo les era insuficiente.

¿Cómo resolver un problema del lenguaje mediante el lenguaje? La herramienta por excelencia que existe para resolver la cuestión es también la que lo generó. Esto es lo que llamo “la paradoja de Batman de Comala”. No, mentira, no sé si tiene un nombre especifico pero seguro millones de personas han hablado de esto y no han usado esa DESIGNACION.

Ahora, ¿por qué es importante hablar sobre las designaciones?. Nietzsche dice “mientras toda la moral noble crece de decirse -sí- a sí mismo, la moral de los esclavos dice de antemano -no- a todo (…) y este -no- es su obra creadora.” (Genealogía de la Moral, 2010, p.18).

Dentro de la lucha de los oprimidos contra sus opresores está la pelea por hacer valer el discurso de los oprimidos y denunciar los problemas e injusticias que sufren es fundamental para visibilizar y unificar a los oprimidos contra los opresores. Parafraseando a Wittgestain: lo que no puede ser designado no puede ser pensado. Y si los de abajo no podemos pensarnos como tales no podemos luchar para dejar de ser oprimidos. Y quién no puede hablar, es hablado por otros.

Pero volviendo a lo literario, lo ficcional, la poesía no busca lo común sino lo diferente que aparentemente se descubre; por eso la poesía tiende a ser tan subjetiva y rompe con la convención del lenguaje: sus reglas, la gramática. Siempre me gustó pensar que existió en algún tiempo lejano, en algún lugar remoto y frío, una palabra que significaba eso que dio lugar a la poesía y que al desconocerla los poetas intentaron remplazarla, hasta hoy, con infinidad de palabras en las más inverosímiles combinaciones.

Será que el problema de la designación me persigue desde hace años: cuando era muy chico, a eso de los siete, en plena edad de los “por qué” fui a la playa con mi abuelo paterno y sostuvimos el siguiente diálogo:

- ¿Y las piedras?, ¿Quién las puso ahí? – pregunté maravillado al ver las escolleras.

- Dios, también - repitió una vez más.

- ¿Y cómo hizo? – esta vez con un tono más inquisitivo.

- Dijo: “¡Qué se hagan las piedras!”

- ¿E hizo así con las manos?

- Sí, así.

Esa primera explicación sobre la existencia de las escolleras de Playa Grande. No fue precisamente científica, mi abuelo era muy creyente y seguro estaba cansado de responder cientos de preguntas. Para un creyente Dios no es solo una palabra, es una palabra creadora. Sin embargo, me enseñó algo más importante que el surgimiento de las escolleras: me enseñó que incluso para Dios, la palabra por sí sola no es suficiente.

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