La Feliz.
Estamos desde nuestro origen en la ciudad de los vientos, aunque no le llamen así. El frío se tatúa en los huesos sin importar cuantas camperas te pongas. Y cuando nos acostamos vestidos bajo todas las frazadas que se hallan en nuestro inventario pensamos en lo trágico de que en estas condiciones haya gente durmiendo a la intemperie, bajo el puente, en la plaza, etc. Esta es la capital nacional del desempleo pero tampoco le llaman así.
Entre aquellos cuerpos marginados de carne casi podrida y congelada estaba el Viejo. Él dormía en el comienzo de la diagonal y se paseaba semidesnudo por un café que nosotros llamábamos "Rápido y Furioso", allí él nos demostraba que aún no había muerto haciendo apariciones sorpresivas y mostrándonos su agazapado pene. El Viejo religiosamente una vez por día iba a mirar el mar, una vez que podría durar entre tres y nueve horas. Sin ninguna efectividad, función, ni a cambio de nada, se declaraba entonces el vigilante del mar, el que evitaría de forma predestinada que alguien se lo robe.
Andrés Churches era el dueño de la ciudad, dueño del transporte, las radios, los diarios, los canales televisivos locales y algunos shoppings, restaurantes y obviamente algún que otro galpón clandestino con fileteros semiesclavizados. Nada de todos estos monopolios, ni de la mafia que manejaba para sostenerlo eran un secreto. El secreto que Churches guardaba era infinitamente mucho peor e intimo.
Hace unos veinte años Churches era padre por segunda vez y hace dieciocho años a este hijo le descubrieron un abanico amplio de anormalidades y enfermedades. Los médicos le dieron dos años más de vida pero las motivaciones a veces son más fuertes y violentas que la muerte. Nadie jamás supo del segundo hijo de Churches y él nunca jamás supo como sobrellevarlo. A los cinco años dejó de tener solo el problema fisiológico para poder hablar y las sucesivas infecciones detrás de las orejas, axilas y muñecas y se le sumaron a este combo las ramificaciones. En los brazos, las piernas, la espalda y el pecho se le hacia un sarpullido que derivaba en ampollas infectadas de las cuales surgía una carne que se exponía como una raíz. Eso picaba y mucho, y hacia que el niño se rascara, se mordiese, se lastime y se chorree de sangre. Gimiendo y gruñendo lleno de sangre. Esto le sacaba a Churches las ganas de comer, reír y hasta de tener relaciones con su esposa. Cada vez que Churches se elevaba por encima de ella escuchaba el gemido (esa respiración idéntica al ruido de una ventana corrediza) e inevitablemente miraba para el costado y se le aparecida su hijo. El niño ensangrentado gruñía y desaparecía, y Churches estaba al punto del vomito. A veces el niño se escapaba del sótano (desconocemos cómo) y efectivamente se aparecía al borde de la cama de sus padres. Churches quedaba aterrado y petrificado. Era su esposa la que lo ubicaba al niño. "¿¡Que haces acá!?¡Tomátela! sos idiota pero sabemos que nos entendés cuando te decimos que no te muevas de tu habitación..." Nosotros sospechamos que el niño no comprendía nunca ni una palabra. Hasta donde sabemos, el secreto jamás socializo con nadie, ni concurrió a institución alguna.
El Viejo hace tiempo había descifrado cual era el novilunio más cercano al día equidistante entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera pero, como es costumbre, nadie había gastado una gota de tinta en explicar en qué pensaba el viejo o retratar las contradicciones pasionales que alguna vez tuvo. Los nudos en el estomago o las negaciones furiosas y caprichosas a no volver a reír no fueron jamás históricas, ni literarias. Y es así como uno ya era nada mucho antes de serlo.
A veces las pesadillas se abren paso a codazos en la realidad. Una mañana el niño salió a buscar el sol, convencido de que la luz era un obstáculo importante. Se escabulló de árbol en árbol, de pórtico en pórtico, de edificio en edificio y claudicó su huída cuando llegó al mar. Eran las 20 horas y de esto si estábamos seguros cuando el niño corrió cojeando por la rambla. Piedras hay por todos lados. El Viejo echado pensó por última vez que la verdad tiene sus días, suspiró y cerró los ojos. Nunca volvimos a saber del niño. Al parecer la gente seguirá viajando en vías muertas con sabañones de frío en el corazón y el sol no llagará a los de abajo en el porvenir.

Fin.
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