Dicen que la poesía ya no se escribe con letras sino con números, y su soporte material son los márgenes de diarios. Dicen que el más grande poeta habita en un almacén por J.B.Justo. Y dicen (aunque esto lo susurran) que roba más de un corazón. Por esto entendemos que el poeta no solo describe la tragedia de la vida, sino que también la explica. Y adquiere el derecho a tener razón solo los días laborales. Mientras su enamorada comparte su nombre con el título de una novela de Puig, el contesta precios, valores, características. Como si describir de formas distintas constantemente objetos tan harto conocidos no fuera el arte de singularizar, de obscurecer, de des-naturalizar cada cosa. Y por el reverso nos responde con tendencia a nuestro beneficio. No es nuestra intención contar la historia en un párrafo, y créannos, no lo hacemos. No lo hacemos porque no es posible hacerlo. Este relato es solo un fragmento de una historia que se construye constantemente en el devenir. Es (sin caer en extremos de inmutabilidad o de semiosis absurda) infinita. Infinita porque cada segundo, cada momento es inolvidable. Y detallar semejante carga de emociones, pasiones, sensaciones y eventos que surgen a cada instante es una tarea solamente posible para aquel poeta, y él aun no lo hizo. Hay sí, una intención en todo esto que es contar un pedacito, un recorte de una compleja realidad que nos dejó perplejos. Y que nos decidimos a contarlo porque es nuestra parte favorita. Rita, en un tiempo colorido y distinto al que ella pertenecía, caminando por un rincón del mundo que desconocía totalmente, y usando muy poco y mal una lengua que procede de una distinta a la que procedía la suya, encontró la necesidad de entrar al almacén. Sus ojos se vieron y el norte y el sur perdieron sus coordenadas. Ella vio, miró, observó, cuestionó, admiró, reposó en sus ojos vidriosos, y no tuvo mejor idea que hacer de aquel momento único un momento extenso. Miró los cajones de verdura. A su alcance estaban los zapallos, los tomates, las papas, las lechugas, pero allá a lo alto, a lo lejos, a lo conveniente: los nabos. "¿A cuánto los nabos?" preguntó Rita sin hallar respuesta. El poeta se subió a una banqueta y empezó a manotearlos. Mientras ella lo imaginaba mimetizándose en lo oscuro. El poeta fue consciente por primera vez que a veces el lenguaje no alcanza, y eso amigos nuestros, hay que hacerlo notar. Que es más valioso, piensen ustedes, que el silencio por imposibilidad. Que tan fea es la coca-cola o la cerveza caliente, o el silencio por inutilidad. Que perfecto es descubrir a tiempo la imperfección y utilizarla a nuestro favor. El poeta encontró entonces en la desorientación una verdad indecible. Y creemos que él, con una capacidad expresiva mucho más desarrollada que la nuestra podría haber expresado con una genialidad lo que pasaba, pero se decidió por imaginarla a ella mimetizándose en la desnudez. Ella espiaba el accionar del poeta mientras bajaba de la banqueta con las manos llenas de nabos y tierra. Encontrando ella, la justificación para mirarle las manos, conoció los años de trabajos innumerables. Pero no solo halló el sacrificio del trabajador, sino también la habilidad del artesano. Una vez puestos los nabos en la bolsa, él se dispuso a hacer su arte. Lapicera en mano, margen de diario en mesa. Ella tuvo que ceder al hipnotismo de fijarse en su cara. Esquivando sus ojos encontró "una cara coartada por la experiencia aguda, por la sabiduría profunda..." , él diría eso, nosotros diremos que ella descubrió a un sujeto que tenía el don de construir la felicidad en los momentos adversos, siendo él, el tiro por la culata del destino. El poeta le dio el margen de diario a Rita y en él no había nada. Ella lo miró buscando explicación o tal vez invitación. Él dijo: "Sin palabras" y ella al fin entendió que para preservar la perfección de ese momento no debía contestar. Una media sonrisa forzosa pero cómplice acompaño una expresión amena en sus ojos que se proponían llorar luego. Dio media vuelta y se fue.
Desde entonces el poeta recuerda aquel día como el día en que no pudo ser poeta, pero estuvo a punto de serlo todo. Y de ella sabemos algo además de lo que todos saben. Que a sus sesenta años y con un alzheimer que no le permitía recordarse frente al espejo, se paseó por Mar del Plata, enamorando a un poeta verdulero que sin reconocerla la conoció mejor que nadie.

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